viernes, 16 de diciembre de 2011

SOY el ALBATROS que TE ESPERA en el FINAL del MUNDO

SOY el ALBATROS que TE ESPERA en el FINAL del MUNDO

Cuando hace unos años empecé a soñar con viajar por La Patagonia, supe que había un viaje en barco que recorría los mares y canales  que recorrieron Magallanes, Fitz Roy, Darwin y tantos otros, que descubrieron, cartografiaron, gozaron, lucharon y murieron entre el Pacífico, el Atlántico y el Mar de Draque

Soy el alma olvidada de los marinos muertos
que cruzaron el Cabo de Hornos
desde todos los mares de la Tierra.

Y supe que yo tenía que hacer ese viaje, que yo tendría que llegar al Cabo de Hornos, aunque ahora se llega de otro modo, de un modo que no admite comparanza. Creí incluso una leyenda urbana que cuentan las revistas de viaje. Que al turista que aquí llega y quiere, le ponen un aro de oro en la oreja izquierda como credencial de haber doblado, y seguir vivo, tan peligroso cabo. Es bonito, pero nunca ha sido verdad, y hoy yo siento que no fuese verdad, en verdad lo echo de menos. La leyenda correcta era que los piratas y marineros buenos llevaban un pendiente de oro, para que les hiciesen un entierro digno si tenían la mala fortuna de morir en tierra, y quizá borrachos.  

Pero ellos no murieron
en las furiosas olas.

Hoy vuelan en mis alas
hacia la eternidad,
en la última grieta
de los Vientos Antárticos

Los versos en cursiva y en negrita, son un poema de una poetisa chilena que está escrito para siempre en un monumento enclavado en el mismísimo Cabo de Hornos,  simula un albatros, el ave más grande del mundo y voladora en estos aires, que cuando se hacen viento alcanzan velocidades de 200 km/h, ellos solos. Quiero decir el aire.




                El caso es que Paco y yo empezamos ayer (10 Dic) un viaje en barco que tras llegar  y desembarcar en Cabo de Hornos, nos llevará a bahía Bulaia, donde Fitz Roy secuestró a cuatro indios fueguinos y empezó aquella historia tan extraña, desembarcaremos en varios sitios más, y andaremos entre pingüinos, glaciares y ballenas por lo más austral de la Tierra el Fuego, y luego subiremos hasta Punta Arenas, ya en Chile, donde empezará otro viaje.

                Este trozo de viaje va a ser otra cosa, yo le iba a llamar  “Lujo de viaje on the Patagonian Sea”. El barco se llama Vía Australis, luego os diré las dimensiones, pero tiene cinco cubiertas, dos bares, tres salones, un comedor,  pasillos anchos, sillones de cuero de vaca chilena, maderas nobles, y un mundo a tu servicio. Una pared de a habitación es un cristal que da al mar de los canales de la Tierra del Fuego, y las camas y los CB son más grandes que cualquiera de los tenidas hasta ahora. Todo lo que se pueda beber y comer a bordo es gratis. Y Paco y yo no nos creemos estar en un mundo tan rico y tan barato, viniendo de otro tan cutre y tan caro. Para colmo por haber comprado el billete el último día nos costó, sin saberlo, mucho menos, y por haberlo hecho en sábado nos van a devolver dinero, porque se considera temporada baja. No entiendo lo anterior, pero así ha sido más o menos.



                Somos unos 120 viajeros, los he contado y preguntado; bastantes extranjeros, pero también hispanos. El ambiente es informal y muchos aún van con botas y pantalones llenos de bolsillos, hay charlas frecuentes sobre glaciares, ballenas, aves o nudos marineros. En el comedor tenemos sitios fijos y estamos con una pareja de recién casados mejicanos, que  me recuerdan a Gregorio y Conchi, y otras dos parejas hetero de Madrid. Hemos aclarado que Paco y yo ni somos pareja, ni se espera. Parecen buena gente y con conversación rápida y buena, a pesar de ser más jóvenes. Entre el resto del pasaje dominan los de edad madura y también parecen gente fácil.


                Esta mañana madrugamos a las seis para ir al desembarco en el Cabo de Hornos, otros lo hicieron a las cuatro para ver salir el sol, a las doce de la noche estábamos esperando entre piscos, whiskys y gintonic un claro para que viesen la Luna llena boca abajo los que no se habían dado cuenta del cambio.
               A la vuelta del desembarco hemos desayunado como si fuese a mediodía. Después me he dormido una charla en francés sobre no sé qué,  ahora llevo un rato escribiendo, y con el desayuno en el camino del estóago, nos han llamado para comer de nuevo.  Esta tarde desembarcaremos de nuevo, en Bahia Wulaia y haremos un poco de trekking para poder cenar, beber más y esperar la Luna.

[2º día de navegación 12.12.11]
                El desembarco en Bahia Wulaia estuvo fenomenal, ya montamos y abandonamos las zodiac como expertos, y la bahía  estaba llena de islas pequeñas que un tiempo estuvieron habitadas por  los indios yámanas. De aquí se los llevó y aquí los devolvió Fitz Roy, sus tres indios fueguinos, una vez educados, vestidos y cristianizados a la inglesa del s. XIX. El propósito era que aquellos tres indios al volver expandieran el cristianismo y la lengua y cultura inglesas por toda la Tierra del Fuego. Parece que unos meses después de dejarlos y volvió por allí el Beagle a ver cómo les iba, todo había sido destruido y los tres indios habían vuelto a su estado primitivo. Dimos un paseo por donde ellos vivieron, y subimos un cerro para ver hermosas y extraordinarias panorámicas de la bahía y de las islas. Tuvimos también la ocasión de ver  castoreras, y una de ellas con castores vivos. Es increíble lo que los castores pueden hacer y destruir. Aquí los introdujeron para aprovechar su piel y el clima parecidos a los del Canadá, pero la falta de depredadores, la ausencia de stress, impiden que segreguen una grasa que es la que hace su piel valiosa, dicen.  Ahora han resultado una especie invasiva, destructiva e inútil que no saben como quitarse de encima.  De cualquier manera es una cosa digna de verse, y encima vimos tres castores, tan tranquilos, y muchos árboles enormes cortados por sus dientes de una forma que cuesta trabajo creer posible. Los dejan como un lápiz mal afilado.

La vida de barco sigue siendo placentera. Hoy mucha navegación y conversación. Luego más tarde saldremos en las zodiac para recorrer los frentes de unos glaciares que caen al mar. Aquí con la gente, que suelen ser un aspecto tan interesante en los viajes, se echan largos ratos, y la verdad que es buena cosa. Nuestros compañeros de mesa, y ya de viaje, son Marcelo y Daniella, pareja de recién casados mejicanos, simpáticos, habladores y risueños, y Gerardo y  Amaya, que con Javier y Elisa son de Madrid. Tenemos buenas y largas conversaciones en la mesa y fuera, una tal Carmen, muy maja, es de Barcelona pero sus padres fueron de Orce y otra mucha gente, muchos extranjeros y otros de olvidados nombres. El Barco navega tranquilo por los canales  más o  menos anchos, pero hoy hemos tenido dos o tres ratos moviditos, y en verdad el movimiento es mareante, pero la inmensa mayoría de los ratos ni te das cuenta. Las zonas descubiertas son de difícil estar, pues el aire, el viento mejor dicho, suele ser fuerte y duro de soportar más de un ratillo.

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1 comentario:

  1. Me encantó tu reseña. Sueño con ir por éstas tierras, planeo concretar éste sueño el próximo año. Las fotos son increibles.

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