lunes, 5 de diciembre de 2011

La MÍTICA RUTA 40.

     A las cinco de la mañana nos levantamos dispuestos a tomar una especie de  diligencia para atravesar en dos días 1500 km de desierto patagónico, por unas pistas tan difíciles que hubiera sido peligroso aventurarse solos, nos dicen. Afortunadamente, al menos hoy, la vida es una sarta de mentiras. Este capitulo podría llamarse de los mitos, o las mentiras rotas.
    El micro, viejo, duro y ruidoso, que me hizo imaginarlo como diligencia, es un magnífico autobús, donde hay  que hacer esfuerzo para no dormirse, “todo lo que duermas, pierdes, Fidela”, además [acabamos de espantar un rebaño de guanacos, camélidos definidores de la Patagonia), decía que además, el autobús más vacío que ocupado, y con dos asientos por culo, es aún mejor. Puedes andar y charlar con unos y con otros, ir al toilet y asomarte por la ventanilla que quieras..


     Los primeros 100 km fueron entre bosques verdes y lagos azules entre un amanecer luminoso. Cuando me desperté tras dormirme sin querer, había empezado el desierto, es verdad que la vegetación es de algo parecido al piorno, gris, verde y amarillo, pero parejo; al Oeste los Andes seguían con las cumbres nevadas, y cuando no había nieve, era una montaña de bonitas formas y colores minerales, a la izquierda era una llanura ondulada y sin árboles, pero con una inmensidad irresistible.

     Más mentiras. La sequedad desértica, que dicen, está surcada de continuo por hermosos cauces de agua, que Federico diría, bajan de la nieve al trigo, y aquí diríamos  que de la nieve andina bajan a la nada, aunque tienen que acabar en el atlántico. La ruta 40 acaba de estrecharse, ya no tiene arcenes ni pinturas, pero sigue siendo alquitranada. Avisan que pronto será de ripio.

     El Mate. El mate es un recipiente con forma de olla y del tamaño que puede abarcar una mano un poco cerrada (¿te recuerdas Luis?. A veces también se llama mate a la hierba seca con que se llena, o al conjunto que forma tras añadirle agua a 85ºC, Incluso se llama mate al hecho y al rito de tomarlo. El otro día Juan y yo, asesorados  por Ángel, que sabe de esto aunque no toma, nos compramos nuestro mate, de calabaza, con algún adorno en plata, y grabado un poco, y una bombilla de alpaca. La bombilla es una especie de caña para después beberlo, mejor, tomarlo. La cosa no es fácil. Luego en un supermercado, tres o cuatro señoras me enseñaron a elegir el mate, en este caso, la hierba. Entre cinco o seis metros de estante hay que elegir, el que a ti te guste, aunque en el paquete sólo indican, la marca, y si es con o sin palo, y en muy pocos indican si tiene cierto sabor. Todas las señoras coinciden en que saber elegir es cuestión de experiencia, que uno acabe encontrando el que le va. Yo les explico que me queda poco tiempo para experimentar y que me fío de la experiencia de ellas; se ríen, y coinciden  en uno que es la mejor marca. Me insisten en que lo más importante es la temperatura del agua, que ha de ser la suya, que se puede hacer con leche y que admite adicción de sabores o licores. Ahora hay que curar el mate propiamente dicho, la calabaza, llenándolo de hierba hasta la boca y teniéndolo húmedo, pero no mucho, durante 48 horas, dos días sin poder probarlo. Ahora se  necesita un termo para llevar y mantener el agua caliente, se compra, esto ha sido lo más fácil. Ahora ya sólo falta la ocasión, y empezar con tino.

     [km 1514, todo es llano, y salvo los piornos, y los seis caballos, vacío. Miento, a la derecha y lejos hay un árbol mediano]

[Sábado 26, 16h 25 m, 48.02ª LN  71.5º LW. 195 km al NE de Chaltén]
     Vamos por una carretera de ripio que no me deja escribir. Un rato después, no atinaba con las teclas, y me puse a ver ‘Diario de una motocicleta’ en un ordenador pequeño que llevo en la mochila. Va de dos amigos que recorren Sudamérica en una moto vieja que ya se ha caído tres veces, acaban de pasar por S.Martín de los Andes y por Bariloche. Cuando me doy cuenta que el ripio se ha trocado en asfalto y se puede escribir, dejo la película para otro rato.

     Todo el mundo, los quince viajeros, van dormidos o al menos quietos, ya nadie mira los rebaños, las cuadrillas de guanacos, ni las polladas de ñandúes o choiques, por más polluelos que lleven; creo que ni el anuncio de un puma  a la vista los pondría erguidos.
Es curioso lo pequeñas que son las jovencillas, Sofía, una estudiante de Geografía que busca trabajo en El Chaltén y viaja con un libro de Machado, y Lorenza, de la que sé menos, duermen hechas un guiñapo en los dos asientos que le corresponden, a cada una, y de los demás nadie se levanta ni se mueve. El desierto Patagónico sigue interminable, plano y solo.

     Esta mañana hemos estado en “Río Pinturas” viendo “La Cueva de las Manos”, seguro que alguna vez habéis visto fotos de la misma. Aquí hace diez o doce mil años, y durante algunos milenios, en los ratos libres hombres primitivos dibujaban en la parte baja de un paredón vertical, junto a su cueva, la silueta de sus manos, y escenas de caza. Ponían la mano extendida  y abierta en la pared, y con uno u otro color, espolvoreando o aerosolando, o con un spray, echaban pintura sobre su mano, y al retirarla quedaba la silueta dibujada. Era lindo, el sitio era en un escarpe de un cañadón que hemos bajado, subido y recorrido. Era un paisaje espectacular, saber que estabas en medio del desierto patagónico y que hace 10000 años alguien vivió y dibujo allí, produce una impresión extraña. Yo, otra vez, desde la puerta de la cueva y sobre el cañón, con el río al fondo, no tuve más remedio que acordarme muchas veces de Ayla, en el ‘Valle de los Caballos’






     La cueva estaba dentro de una Estancia, que hemos recorrido en parte, 56.000 Ha de vacío, aún así hemos visto bastantes cuadrillas de guanacos, familias de ñandúes, alguna liebre, caballos y vacuno, pero no mucho. Ovejas, dicen que no hay porque se las comen los pumas, que no hemos visto todavía.  Otra  vez el temblor del ripio, tengo que parar.

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            A las  nueve y media de la noche llegamos a El Chaltén, un pueblecillo de juguete y de colores, lleno hasta los topes de gentes con botas y mochilas dispuestas a atravesar, subir y recorrer  esta parte de  los Andes llenos de glaciares.
            El hotel, cojonudo, después del que tuvimos anoche, y después de cualquiera, menos mal. Nos fuimos a cenar corriendo, tras dos días comiendo, es un decir, en el autobús. Después de cenar Ángel, Juan y yo nos fuimos a una Jazz session, en Luzinda. Jazz y gin tonic por haber sobrevivido a la Patagonia en Bus.

           
     PD De éste y de cualquier tema que me pongan podría estar contando horas, pero el tiempo es poco, las cosas muchas y el escribir lento. Buscar las fotos es todavía peor, quiero decir más difícil. Así que cortaré por lo sano, e intentaré progresar.
     Para colmo, aquí ,LaRed va como el caballo del malo.
   La película de Che Guevara (argentino) seguí viéndola con Sofía, ¡qué linda! Esta tarde vendrá al hotel, con Lorenza, italiana y  joven, y nos enseñarán a jugar al Truco, un juego de cartas argentino.
            

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