[18.12 12:25 Esperando avión en el Aeroparque de Buenos Aires]
El síndrome de la cuerda del pozo, o el ansia por volver a las teneras, fue un proceso descubierto cerca de Vinuesa, yendo en bicicleta a la Laguna Negra , de Machado, hace ya muchos años, y su explicación la transformó Paco Vida en el soneto que sigue:
Yo padezco de un síndrome viajero
por ‘La Cuerda del Pozo’ conocido
que ataca a la mitad del recorrido
y vuelve atrás al más aventurero.
En medio de un viaje placentero
te vienen ganas de volver al nido;
inviertes de tus pasos el sentido
y vuelves otra vez al agujero.
El síndrome fatal te da coraje
ya que partes por dos cualquier viaje
cuando falta quizá el mejor trozo;
por eso hay que llevar en el hatillo
unas buenas tijeras o un cuchillo
para cortar la cuerda de aquel pozo.
El caso es que ya hace días que entre el síndrome famoso, lo caro que se va haciendo esto, y que esto no tiene bordes, he decidido, o tenido, que empezar a terminar mi viaje. Juan, se ha convertido en un viajero, como yo quisiera ser cuando sea mayor, o si me reencarno; sigue a PuertoMont en barco, luego a Santiago a ver a su hijo, y luego macuto al hombro recorrerá Perú, Bogotá y no sé qué más, como un mochilero de sesenta y tres años. Paco Vida, también se ha convertido en u viajero interminable, como yo le digo ‘parece que se ha puesto algo, que se haya metido algo’, yo sé que no pero parece, no es lo que era, le falta viaje, le faltan temas para hacer sonetos, le falta gente para entablar el diálogo, le faltan kilómetros, flora y fauna a la Tierra para calmar sus ansias, está desconocido y desatado, ‘me da miedo’, que diría mi madre. Y yo, a sus lados me siento un capitán araña, me da un poco de cosilla, pero cada uno tiene su baraka, su destino y su baraja.
Ahora estoy en un momento dulce, viendo despegar aviones tras una cristalera, los aviones nacionales en el aeroparque J. Newbery de Buenos Aires, hace un rato llegué al de Pistarini, también en Buenos Aires, internacional y a 50 km de éste, antes había pasado una noche demasiado corta para un hotel y demasiado larga para un aeropuerto como el de Santiago de Chile, al que había llegado desde el aeropuerto de Punta Arenas, justo al lado norte del estrecho de Magallanes, lado chileno. Yo no quiero creerme que el miedo lo hayan inventado las empresas de seguridad, y las fronteras gente sin trabajo, pero ya no sé cuántos controles he pasado, cuantas veces he enseñado el pasaporte y rellenado papeles para aduanas, ni las veces qué he sido cacheado, y el montón de gente dedicada al caso, y menos mal que los que controlan saben que no hay qué controlar, y ha desaparecido el miedo a los líquidos explosivos. Si lo hicieran medio bien, se pararían los viajes.
En el vuelo a Santiago de Chile ponían una película del Camino de Santiago. A un médico gringo se le mata su hijo al iniciar el Camino, cruzando los Pirineos; viene a ver, y se queda enganchado e inicia el Camino con las cenizas de su hijo, hacia Santiago. Yo hice el camino, con mi hermano Pedro, hace ya casi veinte años con el mismo recorrido de la película, y me acordaba de muchos sitios y de muchas sensaciones. Me gustó mucho. Mis dos compañeros de asiento en el avión, un capitán chileno y un constructor de caminos en Tierra del Fuego, quedaron en que ellos cuando puedan haran El Camino a Compostela.
[En el avión, y con ventanilla]
Por poco me pierdo el embarque, estaba transportado, y he tenido que dejarme un poco de cerveza y de patatas. Ahora seguiré escribiendo mientras me deje el capitán, el sueño y los paisajes.
En Buenos Aires, hoy es verano absoluto, es como Julio en Huéscar, y como de un aeropuerto a otro, se ve el Gran Buenos Aires, pocas calles he visto pero, Argentina está vestida de Navidad aunque sea verano, hoy intenso, todo está lleno de árboles, nacimientos, y muchos adornos verde y rojo, clorofila y sangre, los colores de la vida, como las ciudades de España en el invierno navideño; quizá se nota que hay pocos papá Noel, pero mucha navidad, y hace raro con este calor.
Despegar en ventanilla es formidable, he visto que Buenos Aires que el otro día desde el suelo del centro me recordó Paris, hoy desde la ventanilla del avión me pareció New York. Luego enseguida nos hemos puesto sobre el río, el río de la Plata tiene sus barbas marrones, y es tan ancho como el mar, tiene dentro hasta archipiélagos, y a los dos lados tiene multitud de tributarios y canales. Con razón es tan grande y tan marrón. Ahora el paisaje se ha puesto repetido, parcelado en verde y ocre, nubecillas de algodón, nubes de dios, y de vez en cuando una ciudad cuadriculada por dentro, y más canales. Habría que viajar siempre en ventanilla. A la gente que viaja, me parece que siempre pide ventanilla para luego dormirse o no mirarla, y yo al pasillo. En LAN Chile siempre reparten cosas de comer y beber, ahora café, zumo de naranja y un alfajor, además de galletillas de jamón y otras de limón.
Con tanto rollo no digo mis planes. Voy a Iguazú, a lo de las cataratas, y otras cuantas cosas, en la provincia de Misiones, y mientras, me resuelven mi billete de vuelta. La última noticia era pasarme la noche buena en vuelo, que está más cerca del cielo; pero intentan cambiármelo para un poco antes o un poco después. No está la cosa fácil, y yo la verdad ya tengo ganas de volver a Huéscar y estar con mi familia, mis gentes y mis cosas. Lo de la Cuerda del Pozo.
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